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Inteligentes débiles de carácter fracasan al competir y al enfrentar retos complejos

Profesor León Trahtemberg

En mi experiencia y observación a lo largo de los años en el campo de la educación, he llegado a una conclusión que los padres no terminan de comprender: el carácter de un estudiante es el factor más determinante en su éxito en la vida, incluso más que su inteligencia académica. Esta idea se respalda en los hallazgos de David Levin, cofundador de la red de escuelas chárter KIPP en Estados Unidos.

Levin se enfrentó a una situación intrigante en su red de escuelas: a pesar de que los estudiantes habían obtenido calificaciones sobresalientes para ingresar a la universidad, solo un tercio de ellos lograba graduarse en los cuatro años posteriores a su ingreso. Encontró que los estudiantes que logran altas calificaciones escolares gracias a su inteligencia, no necesariamente se destacan en la universidad o en el mundo laboral. La razón principal es que sus habilidades intelectuales no están integradas con fortalezas de carácter como el optimismo, la perseverancia, la inteligencia social y la capacidad de recuperarse frente a los fracasos.

Por ejemplo, estudiantes brillantes pueden fracasar al enfrentarse a desafíos que exigen habilidades de carácter: no logran manejar un fracaso en un examen, culpan a la carrera o universidad por sus fracasos, abandonan proyectos por falta de resiliencia o no se adaptan a entornos laborales debido a carencias en inteligencia social. Otros procrastinan en la universidad debido a un pobre autocontrol, caen en vicios como el alcohol, drogas o las apuestas para lidiar con el estrés, o ceden fácilmente a la presión del grupo, tomando decisiones contrarias a sus principios. En deportes o actividades grupales, aquellos sin perseverancia o capacidad de liderazgo se rinden fácilmente o fallan en motivar a sus equipos. Esto demuestra que el éxito no depende únicamente de la inteligencia, sino de la fortaleza del carácter, que permite enfrentar y superar adversidades.

David Levin descubrió que los estudiantes que se mantenían en la universidad podían tolerar sacrificios, superar problemas familiares y buscar soluciones activamente para mejorar. Sugirió que el coeficiente intelectual puede predecir el rendimiento académico, pero el carácter es clave para la permanencia y el éxito en los estudios superiores.

Estos hallazgos están ampliamente respaldados por los psicólogos positivos Christopher Peterson y Martin Seligman, autores del libro Character Strengths and Virtues: A Handbook and Classification, quienes identificaron 24 fortalezas de carácter comunes que pueden ser cultivadas en el entorno escolar a través de diversas actividades y estrategias pedagógicas. En esa línea, Paul Tough, en su artículo del New York Times “What if the Secret to Success Is Failure?”, relata cómo el educador Dominic Randolph y los psicólogos Peterson y Seligman redujeron esas 24 fortalezas de carácter a siete principales para fines escolares: pasión, valentía, autocontrol, inteligencia social, gratitud, optimismo y curiosidad. Estas fortalezas, cuando se cultivan en las escuelas, construyen pilares fundamentales para una vida feliz y significativa.

El mensaje fundamental aquí es que, si bien la educación a menudo se enfoca en logros académicos, y más recientemente en las denominadas “habilidades blandas”, no debemos subestimar la importancia de cultivar el carácter de nuestros estudiantes. La inteligencia y las habilidades blandas son valiosas, sin duda, pero las fortalezas del carácter emergen como predictor aún más sólido del éxito en la universidad y en la vida en general. Por lo tanto, y más aún en la era de la inteligencia artificial que se hace cargo de buena parte de las capacidades académicas que antes requerían dominar los estudiantes, la educación debe adoptar un enfoque integral que combine la adquisición de conocimientos con el desarrollo del carácter, sentando las bases para una vida plena y significativa. De esta manera, no solo estaremos educando individuos exitosos, sino también personas felices y capaces de afrontar los desafíos de la vida con confianza y resiliencia.
La educación no solo se trata de lo que sabes, sino de quién eres y quién te conviertes en el proceso.

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