El doble rasero del Vaticano
Mis amigos católicos celebran el 24 de diciembre la Navidad como expresión de la tradición cristiana que evoca el nacimiento de Jesús de Nazaret, quien ha sido un referente espiritual y moral para generaciones posteriores. La concepción sobrenatural que rodea este hecho es un componente de su fe que respeto profundamente, al igual que las creencias místicas de cualquier ser humano, independientemente de su religión. No obstante, es importante analizar cómo el Papa, como líder de la Iglesia Católica, también asume un rol político y diplomático en el escenario internacional. En el caso del Papa Francisco, esto ha sido particularmente notorio, ya que sus intervenciones públicas reflejan, en ocasiones, un enfoque que parece priorizar ciertas narrativas mientras silencia otras.
¿Por qué el Papa Francisco elige destacar algunos conflictos mientras guarda silencio sobre otros? ¿Es una estrategia diplomática, una cuestión de presión política, temor a represalias o, quizá, un reflejo de prioridades ideológicas? Y lo más importante, ¿cómo encaja en esto el liderazgo ético y moral que debería colocarse por encima de las conveniencias políticas del momento? Estas son preguntas relevantes en un mundo donde las crisis globales demandan posturas claras y valientes.
Es visible el tratamiento benevolente hacia Venezuela y Cuba. En estos países, la opresión a opositores, el encarcelamiento arbitrario y la supresión de libertades fundamentales son realidades documentadas por organizaciones internacionales. Si bien hay algunas declaraciones de preocupación, estas carecen de la contundencia y reiteración con que se condenan otras situaciones, lo que sugiere una agenda selectiva que no siempre prioriza a las víctimas.
En cuanto a China, el Papa Francisco ha expresado admiración por su cultura y ha abogado por el diálogo, pero ha evitado condenas directas sobre la represión de derechos humanos. Respecto a la invasión rusa de Ucrania, ha hecho llamados generales a la paz y ha evitado criticar directamente al presidente ruso Vladimir Putin, lo que ha generado críticas por su ambigüedad.
En el caso de Sudán, desde el inicio del conflicto en abril de 2023, se estima que más de 150,000 personas han muerto y más de 7 millones de personas han sido desplazadas dentro del país y otros millones a países vecinos. En Siria, la guerra civil que comenzó en 2011 ha dejado más de 500.000 muertos, incluidos aquellos que han perecido por el uso de armas químicas prohibidas, además de 7 millones de desplazados internos y otros 7 millones de refugiados que han huido a países vecinos. Por otro lado, la invasión rusa a Ucrania ha causado más de 40.000 muertes además del desplazamiento interno de 6 millones de ucranianos y la emigración de 8 millones a países europeos.
A pesar de la magnitud de estas tragedias, las declaraciones del Vaticano han sido limitadas, tibias o inexistentes. La brutalidad de los regímenes y las crisis humanitarias no parecen ocupar el mismo espacio moral que los conflictos en los que Israel está involucrado. Esto resulta aún más llamativo cuando las condenas hacia Israel son acompañadas de términos como «genocidio», utilizados sin el mismo rigor o contexto que aplicarían a otras crisis globales. Y no se trata de negar que también haya aspectos críticos en las acciones de Israel en relación a sus vecinos, sino de los acentos de las declaraciones papales en función de la magnitud y diversidad de los dramas humanos que acechan a la humanidad.
El Papa Francisco, un líder reconocido por su enfoque en la compasión y la justicia social, ha hecho aportes valiosos en temas de equidad global. Sin embargo, cuando toma postura en ciertos conflictos internacionales, su lenguaje puede dar la impresión de alinearse con narrativas mediáticas que priorizan la deslegitimación de Israel. Esto resulta preocupante, no solo por la carga histórica negativa que tiene el Vaticano en relación al antisemitismo que causó las cruzadas, inquisición y más recientemente el Holocausto, sino porque su papel no debería ser el de eco de las agencias de noticias con agendas ideológicas anti israelíes, sino el de un guía espiritual comprometido con la justicia universal.
Al condenar asimétricamente a Israel, el Papa Francisco omite mencionar los crímenes y atrocidades cometidas por grupos como Hamas y Hezbolá contra la población israelí, incluyendo miles de ataques misilísticos contra poblaciones civiles que han causado muertes y desplazado a decenas de miles de personas en las regiones sur y norte de Israel. Este silencio selectivo no solo desbalancea el análisis y comprensión de los hechos, sino que también refuerza percepciones de parcialidad anti israelí.
La memoria histórica del papado debería actuar como un espejo para evitar repetir errores. Durante la Segunda Guerra Mundial, el silencio del Vaticano ante el Holocausto fue ampliamente criticado por los propios católicos, y las acciones de Pío XII dejaron un legado de ambigüedad moral que Juan XXIII intentó reparar con gestos de reconciliación y apertura. Sin embargo, parece que el Vaticano actual sigue atrapado en dilemas similares, respondiendo a las conveniencias y presiones políticas del momento más que a un compromiso inquebrantable con la verdad y las víctimas.
Entiendo que los ciudadanos del mundo, en función de sus identidades, tengan una mayor afinidad hacia el drama que ocurre en sus respectivas “madres patrias”. Pero si el Vaticano también se alinea con lo políticamente conveniente en el momento, surge la pregunta de si puede ser un referente valorado en un mundo donde el silencio ya no es neutral y las palabras no son inocuas. Cada declaración o ausencia de ella tiene el poder de influir en la percepción global de las crisis humanitarias. Si el Papa Francisco desea ser un verdadero líder moral, debe enfrentar estas inconsistencias y articular una postura que sea coherente y valiente. De lo contrario, corre el riesgo de ser percibido no como un guía espiritual, sino como un portavoz más de las agendas políticas y económicas que dominan el panorama mediático global.
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