El lugar “privilegiado” de lo femenino en el misticismo judío
Es difícil negar que los maestros del misticismo judío eran todos hombres que enseñaban a otros hombres. Sólo en el Talmud surgen algunas (raras) figuras femeninas que se ocupan de la Torá. Sin embargo, existe una línea de pensamiento místico tardoantiguo y medieval, la llamada cábala teosófica, que se extiende hasta el siglo XIX, en la que la “figura femenina” juega un papel privilegiado, central e hipostasiado, es decir, elevado a una dimensión no sólo simbólica sino ontológica.
Basta con examinar las sefirot: a pesar de la gramática, Jojmá es masculino pero biná está asociado con lo femenino, es la Madre superior; maljut, la realeza, es a su vez un poder enteramente femenino, ora declinado como Hija, ora como Shejinà – presencia divina en el mundo, hacia la cual los místicos de Safed desarrollaron un “culto” tan profundo que reverbera, con los atributos de prometida, novia y reina, en la ritualidad del Shabat (como saben los que cantan el Lejà dodí los viernes por la noche).
Pero pensemos también en el tema de la luna, como levanà, que en la antigüedad tenía su propio “culto” incluso entre los judíos. Y todo esto es solo la punta de un inmenso y complejo iceberg, como nos entera el historiador israelí Moshe Idel en el libro, recién traducido y editado por Fabrizio Lelli, titulado La apoteosis de lo femenino en la Kabaláh (Adelphi, pp.252, euro 28).
Es un excursus histórico que desde el Sefer yetzirà o Libro de la Formación del Mundo, hasta los albores del siglo XX, traza el “lugar privilegiado de un poder divino femenino rastreable en algunas teologías judías”.
Por supuesto, formulada de esta manera, la idea suena inquietante, de hecho, inquietante, e incluso herética. Pero como sabemos, la especulación mística es para unos pocos, y no ata a la fe judía (aunque Idel explica que es mucho más una cuestión de ritos y actuaciones que de concepciones y doctrinas sistemáticas).
Quizás la mayor autoridad científica en este campo, Moshe Idel es un erudito serio y duro, que, en la estela de Gershom Scholem, Isaiah Tishby y Joseph Dan, ha rigurosado esta disciplina gracias a un enfoque fenomenológico e histórico-comparativo que no descarta ni a los simpatizantes de la Kabaláh de la nueva era ni a las modas académicas, que hoy tienden a insertar “cuestiones de género” en todas partes. A este nivel, el propósito del libro se aleja de los estudios sobre lo femenino, en la historia del judaísmo, destinados a servir al avance de la mujer en la sociedad o en la vida religiosa. Aquellos que busquen apoyo para esta causa se sentirán decepcionados.
La apoteosis descrita en este libro es verdaderamente una construcción lingüística y metafísica, aunque con un fuerte sustrato interior, que se ha manifestado concretamente sobre todo en ciertos ritos litúrgicos y en ciertas prácticas religiosas relacionadas, como se ha mencionado, con el Shabat y con la autoconciencia de personas como la Knesset Israel. Es un texto que hay que estudiar, y como todos los libros de Idel (ahora legión) no es nada fácil: no sólo por los temas tratados (que vuelven a poner de relieve la tortuosa idea del monoteísmo, que se cree que caracteriza la religiosidad judía) sino sobre todo por el lenguaje.
Expresiones como “teosofía urobórica” o “entidad pleromática superior” desafían incluso a un lector de cultura media-alta. Pero aquellos que tengan el coraje de estudiar esta obra, que abre mundos sobre fuentes inéditas, ciertamente se sentirán estimulados y asombrados por la fuerza intelectual y verbal de esta corriente de misticismo judío que incluye gigantes como el autor anónimo del Sefer ma’areket ha-elohut o Libro de la Estructura Divina (de principios del siglo XIV, del círculo de Najmánides), como Moshé Cordovero y Shlomo Alqabertz (no por casualidad el autor del Lejà dodí, del círculo de Safed), como Yitzjak Luria y “nuestro” Moshe Hayim Luzzatto (el Ramjal, el nuestro porque Paduan). Precisamente una obra cabalística de este último, que retoma de Cordovero los temas femeninos de la Shejinà y el maljhut, es analizada aquí en detalle por Idel, quien se enzarza en una polémica sobre esta obra, en verdad transversal a todo el volumen, con otro estudioso contemporáneo de la mística judía, el estadounidense Elliot R. Wolfson, acusado de utilizar el Ramjal y autores similares para apoyar su propia declinación judía de la “teoría de género”, Como si, aquí está la crítica ideliana, toda la tradición cabalística apoyara un falocentrismo sustancial.
“La teoría falocéntrica, que gravita casi exclusivamente en el momento del encuentro sexual entre las hipóstasis divinas del Hombre y de la Mujer, no considera seriamente el papel positivo de los aspectos maternos, procreativos, a veces afectivos y consoladores, atribuidos al divino poder femenino por los cabalistas” (p.200). Por otro lado, advierte Idel, se necesita mucha cautela y “matices infinitos” en el análisis textual, porque es difícil derivar de las obras antiguas la prueba de las tendencias culturales que están de moda hoy, y se corre el riesgo de homologar los pensamientos y ritos judíos sometiéndolos a sistemas de significado ajenos que, en nombre del universalismo filosófico griego, sofocan la variedad y la estratificación simbólica del particularismo de la larga historia de exegéticos y especulativos, del judaísmo.
El texto de Idel se acompaña de una extensa bibliografía de fuentes primarias y secundarias. Un recordatorio de lo vastos que son los horizontes de los estudios judíos hoy en día, y lo poco que todavía sabemos sobre este océano que es la tradición judía.
Massimo Giuliani
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