“Estábamos seguros de que a los dos nenes pelirrojos y a su mamá no les iban a hacer nada”
El kibutz Nir Oz funciona como una especie de microcosmos que refleja varios puntos clave de la realidad política, ideológica y geográfica de Israel. Siendo parte de una comunidad de raíces socialistas, los residentes del kibutz se ubicaron casi siempre del lado de la paz con los palestinos, incluso a costa de concesiones territoriales. Pero las cosas cambiaron dramáticamente después del ataque terrorista del 7 de octubre de 2023, cuando miles de miembros del grupo palestino Hamas sembraron el terror en el sur de Israel, en la zona fronteriza con Gaza.
De Nir Oz eran también Shiri Bibas y sus dos pequeños hijos, Ariel, de cinco años, y Kfir, de apenas nueve meses de edad. A esta altura ya no necesitan presentación: las imágenes de Shiri con la cara desencajada, protegiendo como podía a los dos chicos mientras se los llevaban a Gaza, recorrieron el mundo, al igual que otros videos que los terroristas de Hamas grabaron y difundieron en tiempo real el 7/10.
El entierro “fue terrible”, llega apenas a describir antes de emocionarse la argentina-israelí Roxana Salimson, sobreviviente de la matanza en Nir Oz y muy cercana a la familia Silberman, la de los padres de Shiri. Hablando por WhatsApp con PERFIL, Roxana, que era una de las maestras jardineras de los niños y niñas del kibutz, recuerda que alguna vez trabajó en esas salas con Margit, la mamá peruana de Shiri.
La casa de los Silberman, totalmente quemada, fue una de las primeras escenas que vieron Roxana y Tato cuando fueron rescatados de su sala segura, a pocos metros de donde vivían Yosi y Margit, quienes murieron en el incendio. Pocos minutos después se enteraron del secuestro de Shiri y de sus hijos. Y de Ariel y David, hijos de Silvia y Luis Cunio, también argentinos y parte del sólido grupo de latinoamericanos del kibutz.
Más de 500 días después del horror, los ojos de Roxana ven otras cosas. La profunda pena por los que ya no están se alojó en su corazón, pero el enojo se instaló en la cabeza, donde se acumulan las preguntas, más que nada dos preguntas: ¿por qué pasó lo que pasó el 7 de octubre de 2023? Y, ¿cómo seguimos adelante?
Bar-mitzvá al aire libre y 20 años después el horror
Roxana tiene ahora 58 años. En 1987, cuando era todavía una piba de Villa del Parque, se casó con Tato y al poco tiempo se fue a vivir a Israel, primero a Kerem Shalom, en la esquina de las fronteras con Gaza y Egipto, a pocos kilómetros de Rafah, y luego a Nir Oz, enfrente de Khan Younis. Aterrizada en su nuevo hogar rápidamente se hizo amiga del hebreo, se puso a estudiar educación y a trabajar como maestra jardinera. En los buenos años trabajó con Margit y después con Shiri, que empezó a ayudar en las salitas con los chicos cuando estaba en el secundario. La hija de los Silberman era buena amiga de su propia hija, Galit. El hijo varón de los Salimson, Yoel, celebró su bar-mitzvá en el kibutz junto a los mellizos Cunio, David y Eitan. Y Shiri se sumó a la fiesta con su bat-mitzvá.
Veinte años después de aquella celebración de guirnaldas y sillas blancas al aire libre en el kibutz, llegó el desastre.
“A las 6:25 de la mañana estábamos durmiendo y escuchamos la alarma”, rememora Roxana. Es un sonido a los que los residentes de la zona están muy acostumbrados, pero esa vez fue diferente. “Era una alarma detrás de la otra”. De todas maneras fue a la cocina a buscar agua y prepararse un café. Hasta que observó “algo raro: vi pasar a un terrorista armado por delante de mi casa y me asusté mucho”. Corrió al dormitorio de la casa, que también funcionaba como habitación segura, con sus puertas blindadas y ventanas reforzadas, y encontró a Tato hablando por teléfono, ya al tanto de la situación. No podía hablar, se asomaba el primer ataque de pánico de la mañana y lo único que atinó a decir fue “pum pum” mientras hacía con las manos el gesto de un revólver.
Era apenas el principio de la pesadilla. En el grupo de WhatsApp del kibutz empezaban a acumularse los mensajes que decían “están quemando una casa”, “nos quemamos”, “mataron a mi pareja”, “me balearon, auxilio”, mientras se escuchaban gritos en árabe que se acercaban y alejaban como un péndulo.
Roxana hace una pausa, pero no para calmarse sino para buscar las palabras que expresen mejor su enojo. Aunque reconoce la fortuna de haber sobrevivido al ataque, con Tato sosteniendo el picaporte de la puerta blindada para que no entraran los terroristas, subraya con bronca y asombro que estuvieron once horas prácticamente abandonados a su suerte hasta que el ejército israelí los rescató.
Apenas se entendió la situación -algo que ocurrió muy rápido, ya que Hamas se ocupó de transmitir muchas de sus acciones en tiempo real a través de las redes sociales-, los hijos de Tato y Roxana, que ya no vivían en el kibutz, empezaron a llamar a la policía. La respuesta fue, durante horas, la misma: “están en camino”. Pero no llegaron hasta once horas después.
A fines de febrero, el jefe saliente de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), el teniente general Herzi Halevi, comenzó a presentar a los oficiales los resultados de una investigación sobre el fiasco del 7/10, incluyendo el reconocimiento de la incapacidad de entender las señales que llegaban desde Gaza: tanto los preparativos y los discursos jihadistas de Hamas como los reportes de los observadores en los puestos fronterizos con el enclave palestino.
Y, también, los años de desoír a los representantes de las comunidades de esa zona en el borde con Gaza, quienes venían quejándose por la inseguridad. En muchos sentidos, los residentes de kibutzim como Nir Oz eran apenas blancos indefensos esperando ser atacados.
(Cada mañana, muy temprano, con las primeras luces, Roxana salía a caminar por el kibutz antes de arrancar su jornada. Mientras paseaba podía ver recortada en el horizonte la silueta de los edificios en Gaza. “En ningún momento pensé que algo así”, como el ataque del 7/10, “podía pasar”).
“Nos vemos el domingo”
Muchos de los sobrevivientes de Nir Oz residen ahora en departamentos que les facilitó el gobierno en la ciudad en desarrollo de Kiryat Gat, algo más de 50 kilómetros al sur de Tel Aviv. “Nos encontramos en los ascensores, algo que no deja de asombrarnos” después de años de cruzarse con sus vecinos de Nir Oz en medio de una comunidad de casas bajas, dice Roxana.
En su nuevo hogar temporario cuentan con el apoyo de psicólogos y asistentes sociales. En Kiryat Gat retomaron sus trabajos: Tato reparando computadoras y su esposa como maestra jardinera. Tiene un un grupo de apenas siete chicos, la más chica es una nena de ocho meses y el más grande un nene de tres años. En Nir Oz llegó a tener quince chicos en su sala, por donde en algún momento pasó Ariel Bibas, “realmente un sol, un pelirrojo muy divertido al que le encantaba jugar y correr, encontrarse con sus abuelos cuando salíamos de paseo por el kibutz, mostrarnos el limonero y los juegos afuera en el jardín de la casa de Yosi y Margit”.
El viernes 6 de octubre de 2023 fue el último día en el que Roxana trabajó en el gan, el jardín de infantes de Nir Oz. Con los chicos celebraron la llegada del Shabat y se saludaron todos hasta el domingo, el primer día hábil en Israel después del descanso del sábado. “Me acuerdo que le dije ‘Shabat Shalom, nos vemos el domingo’ a Omer Siman-Tov”, repasa Roxana. Pero ese domingo nunca llegó para Omer, de dos años, ni para sus padres, Yoni y Tamar, asesinados por Hamas al día siguiente, el 7 de octubre de 2023.
En el jardín provisorio en Kiryat Gat, y por recomendación de los psicólogos, Roxana y sus colegas colocaron fotos de Omer Siman-Tov, de Ariel y Kfir Bibas y de Maia, una de las maestras jardineras de Nir Oz asesinadas por los jihadistas palestinos.
Algo más que habitaciones “seguras”
Durante la charla con PERFIL, Roxana comentó al pasar un detalle que también deja preguntas, pistas que se pueden ampliar para tratar de entender mejor, o entender menos, la dinámica de este conflicto. Mientras merodearon por su casa, los invasores de Hamas “nos robaron zapatos, se llevaron un televisor, un teléfono, una radio”. Los robos fueron un episodio común durante la matanza del 7/10. “A algunos les sacaron hasta los imanes de las puertas de las heladeras”. Al final, ¿los de Hamas, son combatientes o delincuentes?.
Increíblemente, algunas de las cosas que se llevaron los invasores fueron encontradas meses después por soldados de las FDI.
Estando ya en Kiryat Gat, “nos avisaron que la policía militar había encontrado muchas cosas” de Nir Oz, cuenta Salimson. Algunos miembros del kibutz fueron al lugar donde se habían almacenado esas cosas y, allí, Roxana encontró la billetera de Shiri Bibas. “Me la llevé y fue muy importante para mi tenerla”, confiesa. “Era una manera de tener a Shiri conmigo”.
A lo largo de estos meses “afrontamos la ausencia pensando todo el tiempo en ellos”, sin saber que habían sido asesinados pocas semanas después del ataque. “Se hablaba de la posibilidad de estuvieran muertos, pero no había pruebas, así que para mi solamente quedaba esperarlos”. Una de las tretas del pensamiento la hacía convencerse de que Shiri y los chicos eran “un as en la manga” para Hamas, una ficha de cambio demasiado importante. “De alguna manera estaba segura de que a esos dos nenes pelirrojos y a su mamá no les iban a hacer nada”.
Cuando Hamas entregó los cuerpos a la Cruz Roja, primero los de Ariel y Kfir y luego el de Shiri, después del bochorno del cadáver equivocado que los terroristas aseguraban que era el de la mamá de los chicos, “fue terrible, como cuando la realidad te pega y te pega mal”, explica. “La crueldad -aseguró- fue demasiado, y nos hizo volver a preguntar cuánto tiempo más tendremos que seguir viviendo esta situación”.
El asesinato de Shiri y sus hijos marcó “un punto que puede cambiar todo” en la relación con los palestinos, estimó Roxana. “Nosotros queremos volver al kibutz”, afirma. “No buscamos venganza”, agrega. “Y queremos que haya paz, pero para que haya paz primero tienen que volver todos los secuestrados”.
“Queremos reconstruir de alguna manera nuestras vidas -sigue la maestra jardinera de Nir Oz-, necesitamos un poco de tranquilidad mental” después de esta “catástrofe”, como la llamó Roxana. “Pero necesitamos que todos estén acá” y volver a una comunidad que no solamente esté protegida con habitaciones seguras, “porque muchos murieron en esos refugios”.
“Tiene que estar la zona completamente tranquila”, completó la israelí-argentina, cuya idea de seguridad probablemente no es la misma que tienen Benjamin Netanyahu y Donald Trump.
Fuente: Perfil
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