Días de tensión en Europa

Por Ricardo López Göttig

Tras la reunión en la Oficina Oval de la Casa Blanca, en la que el presidente Zelenski fue reprendido en público por su par estadounidense, Donald J. Trump, y el vicepresidente J. D. Vance, se agrandó la distancia con el continente europeo. La reacción fue rápida en su visita al Reino Unido y recibió el apoyo masivo de los líderes europeos, así como de los miembros del Commonwealth, a Ucrania en estas circunstancias. Las declaraciones posteriores de Vance, así como el inicio de una guerra aduanera de Trump contra Canadá, la Unión Europea, México y la República Popular China, contribuyeron a agigantar el clima de incertidumbre económica global. Trump, fiel a su estilo disruptivo para hacer campañas electorales, traslada esas formas también a su segundo gobierno, y el resultado ha sido el abroquelamiento de las naciones occidentales en torno a Ucrania. La Unión Europea, como tal, es el segundo PBI del mundo, aunque esto aún –subrayamos, aún- no tenga un correlato militar. Esta crisis no está haciendo más que despertar a los líderes europeos para invertir en la defensa, que hasta ahora descansaba bajo el paraguas de la OTAN.

Lo más significativo de este segundo período de Donald Trump como presidente, es que parece más empeñado en distanciarse en malos términos de los aliados tradicionales de los Estados Unidos, a la vez que se aproxima a la narrativa rusa en torno a la guerra de Ucrania, en tanto se ofrece como mediador en el conflicto. El presidente Zelenski, teniendo en cuenta el antecedente del Memorándum de Budapest de 1994, por el cual Ucrania cedió su armamento nuclear a Rusia con el compromiso del Kremlin de respetar la independencia e integridad territorial de su par, y cómo esto dejó inerme al país frente al expansionismo, exige garantías concretas para un proceso de paz que no signifique una rendición.

Un cese de fuego sería útil para las dos partes, ambas agotadas por una guerra extensa que ha iniciado su cuarto año, pero también se deben atender las condiciones del armisticio y un posterior tratado de paz que no sea breve y que, además, no implique un descanso para el rearme ruso y una nueva y fulminante guerra de anexión.

El presidente Trump ha cerrado el suministro de material bélico para Ucrania, lo que de inmediato no puede ser reemplazado por los europeos. La gigantesca inversión en defensa que anunció Ursula von der Leyen tomará tiempo en traducirse en investigación y fabricación, en entrenamiento y capacitación, y en ilustrar a la opinión pública sobre las amenazas para su estilo de vida. Pero sí es notable que los líderes europeos de 2025 no quieren ser Chamberlain y Daladier que en 1938 firmaron el Pacto de Munich, cediendo los Sudetes de Checoslovaquia a la Alemania nazi sin más garantías que vagas promesas de Adolf Hitler, quien tan sólo seis meses después terminó por invadir y despedazar a ese país centroeuropeo. En esta ocasión, Zelenski parece contar con el respaldo del presidente francés Emmanuel Macron y del primer ministro británico Keir Starmer, dos países con armamento nuclear que, si bien dista mucho de ser el acumulado por Rusia desde tiempos soviéticos, supone una carta fuerte en la mesa de las negociaciones.

Volodímir Zelenski se halla con un margen muy estrecho, pero está logrando cosechar lo que ha sembrado diplomáticamente en estos años, y ha vuelto a colocar a Ucrania en el centro del debate de la política internacional. Paradojalmente, salió fortalecido de la fallida reunión en la Oficina Oval al haberse plantado con entereza y aplomo frente a interlocutores que lo cuestionaron, intentando humillarlo. Pero los triunfos de la diplomacia y de las imágenes no lo son todo en una guerra que se sigue combatiendo palmo a palmo en territorio ucraniano, en donde la muerte es cotidiana y las armas son las que cuentan. Las negociaciones continúan, a pesar de todo, a pesar de los puentes rotos, sin que se pueda avizorar cómo serán los próximos capítulos.