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Los escolares deben estudiar a Trump y Putin como esos personajes vivos que cambian la historia

Profesor León Trahtemberg

Usualmente los escolares estudian a personajes del pasado que impactaron en la historia universal: Napoleón, Marx, Hitler, Stalin, Freud, Einstein, Roosevelt, Luther King, Mandela… Pero ahora tienen a la vista dos personajes vivos que confrontan las fórmulas de convivencia convencionales. Cada uno, con su propio signo, no solo perturba el orden mundial, sino que encarna lo que ocurre cuando un líder omnipotente y todopoderoso dirige una sociedad o país con la capacidad de someter a sus allegados para actuar en función de sus deseos.

Donald Trump y Vladimir Putin no son meros políticos; son símbolos de una era en la que la política se ha transformado en un espectáculo global, donde la lealtad personal es más determinante que la institucionalidad y donde el poder se ejerce con una narrativa que polariza a la sociedad.

Putin, con su estilo de gobierno autoritario, ha redefinido el rol de Rusia en el escenario mundial. Ha anulado la disidencia interna, consolidado su dominio con reformas que le permiten perpetuarse en el poder y utilizado la fuerza militar para expandir su influencia, como se vio en Crimea y Ucrania. En su visión, Rusia no es solo un país, sino un imperio que debe recuperar su grandeza, sin importar los costos en términos de derechos humanos o estabilidad internacional.

Trump, en cambio, ha desafiado las normas democráticas de Estados Unidos, convirtiéndose en un fenómeno político que trasciende su partido y polariza a la sociedad norteamericana. Su estilo de liderazgo desdibuja la línea entre la política y el entretenimiento, y su impacto en la democracia estadounidense se traduce en un legado de desconfianza en las instituciones, cuestionamiento de los resultados electorales y una movilización política que ha llevado a la radicalización de sectores sociales.

Pero su impacto va más allá de su país. Su mandato provocó una refundación de la OTAN, forzando a Europa a repensar su seguridad y autonomía militar ante la posibilidad de que EE.UU. deje de ser un aliado confiable. Además, sus propuestas de apropiación territorial—como la compra de Groenlandia o la posibilidad de tomar el Canal de Panamá—han sentado un peligroso precedente. Si un líder estadounidense considera aceptable tomar posesión de territorios estratégicos, ¿qué impide que Putin haga lo mismo con Lituania, Estonia o Letonia? ¿O que China intensifique sus ambiciones sobre Taiwán?

Estudiar a estos personajes no es solo analizar sus decisiones políticas, sino entender el papel del liderazgo en tiempos de incertidumbre. ¿Qué hace que millones de personas los sigan con fervor, incluso cuando sus acciones desafían los principios democráticos y los valores tradicionales? ¿No es eso lo que se preguntan al juzgar a los nazis del pasado y su reaparición en el presente? ¿Cómo han logrado que el discurso político gire en torno a su figura, desplazando debates sobre políticas concretas?

A diferencia de los personajes históricos que se estudian en los colegios, Trump y Putin no han sido procesados por la historia aún. Sus legados están en construcción, sus efectos se sienten en tiempo real, y lo que ocurra en los próximos años determinará cómo serán recordados. Pero lo que ya es innegable es que han marcado el siglo XXI como figuras que desafían el orden establecido, demostrando que el poder, cuando se concentra en un individuo sin contrapesos, tiene el potencial de transformar naciones enteras, para bien o para mal.

Quizá dentro de unos años, sus nombres estarán en los libros de historia junto a los de aquellos líderes que alguna vez creyeron inquebrantable su poder.

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PD: podría agregar a los líderes de China, Irán, India, Israel, etc. pero eso es algo que se puede sumar al cuerpo de esta columna
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