Estudiantes sin rumbo, padres sin brújula informativa

Desde hace años, varias agencias noticiosas y medios de prensa con tendencias definidas como “democráticas” (según el modelo de EE.UU.) o centroizquierdistas/socialistas (según el modelo europeo) han dominado el mundo noticioso. Así, medios como BBC, EFE, France Press, AP, Reuters, The New York Times, CNN, The Economist, El País, Página12, entre otros, tienen una cobertura previsible ante cualquier suceso que involucre a Trump en EE.UU., Meloni en Italia, Le Pen en Francia, Milei en Argentina o Netanyahu en Israel. Los medios peruanos dependen en gran medida de estas fuentes, y muchas veces replican sus reportes casi literalmente.
De pronto, vemos un mundo en el que la derecha gana terreno en EE.UU., Alemania, Francia, Italia, Hungría, Holanda y, por estos lares, en Argentina, Chile, Perú y Ecuador. Y mientras esto sucede, el público queda desconcertado, porque el discurso habitual de estas agencias y de los medios que replican su sesgo ideológico no logra explicar por qué las políticas que defienden no han resuelto los problemas de estos países ni por qué cada vez más ciudadanos prefieren alternativas que no encuentran representadas en los medios tradicionales. Los estudiantes que buscan información en estas agencias encuentran que las tendencias conservadoras emergentes son sistemáticamente descalificadas, catalogándolas como «populistas», «ultraderechistas», «nacionalistas», «autoritarias» o «antidemocráticas», sin un análisis profundo de las razones de su auge. Así, los jóvenes se preguntan: si son tan malas, ¿por qué tantos votantes las eligen?
Cabe señalar que hace unas décadas ocurría lo contrario: los medios tradicionales confrontaban a los gobiernos y tendencias socialistas de ese entonces, descalificándolos con expresiones como «populismo trasnochado», «amenaza comunista» o «riesgo para la democracia», nuevamente sin un análisis profundo de qué fallas de los gobiernos conservadores o liberales habían generado el descontento ciudadano que impulsó ese giro político. La falta de autocrítica en ambos contextos impide comprender el verdadero dinamismo del voto popular y contribuye a una cobertura noticiosa cada vez más ideologizada.
El resultado es una crisis de credibilidad informativa y desconfianza generalizada. El público no se vuelve más crítico, sino más escéptico y, muchas veces, más crédulo frente a discursos alternativos igualmente sesgados. Cuando no encuentran respuestas convincentes en los medios tradicionales, los jóvenes construyen sus propias explicaciones, que luego son aprovechadas por políticos, influencers y medios alternativos con su propia agenda. Surgen portales que presentan teorías de conspiración como hechos irrefutables y redes sociales donde las noticias se reducen a titulares alarmistas y videos de dos minutos diseñados más como publicidad que como información veraz.
Lo que hoy domina el escenario no es la disputa entre izquierda y derecha, sino entre el relato oficial, políticamente correcto (usualmente de centroizquierda), y una narrativa alternativa que lo desafía. Los hechos han pasado a un segundo plano y lo determinante es quién los interpreta y desde qué posición ideológica. Este es un problema serio porque desactiva la capacidad de los ciudadanos para tomar decisiones informadas.
Si los medios de prensa y agencias noticiosas quieren recuperar credibilidad ante todo el espectro de consumidores de noticias, y con ello ayudar a la ciudadanía a comprender mejor la realidad, es fundamental diferenciar claramente entre cobertura informativa y opinión editorial. Por ello, es clave educar a los estudiantes para que analicen críticamente las noticias, identificando qué parte es información verificable, qué contexto la rodea y qué parte es interpretación o sesgo ideológico. Veamos algunos ejemplos:
• Si el gobierno de Javier Milei es constantemente descrito como un «experimento ultraliberal» o un «desastre económico», sin mencionar que heredó una crisis con inflación descontrolada, déficit fiscal, escandalosa corrupción impune y descalificación crediticia internacional, se trata de opinión disfrazada de información.
• Si la política de Tarifas de Trump se describe como «locura arancelaria» sin contextualizar la racionalidad explicada por sus defensores o un ataque de EE.UU. a los hutíes en Yemen se presenta únicamente como un ataque de EE.UU. que causa daños y muertes, sin explicar que es una represalia por ataques previos, la noticia se convierte en un editorial.
• Si las acciones de Israel en Gaza se reportan sin vincularlas con los ataques de Hamás que desataron la espiral de violencia y el prolongado secuestro de israelíes, la noticia es una opinión disfrazada.
• Si el crecimiento de los partidos de derecha en EE.UU., Alemania, Francia, Italia, Hungría, Holanda y Argentina se presenta como una «catástrofe» o “un retorno al nazismo”, sin mencionar que las coaliciones de centroizquierda han fracasado en resolver los problemas económicos y sociales por incompetencia, ineficiencia y corrupción, eso es ideología, no periodismo.
• Si un medio informa sobre las protestas campesinas en Perú, destacando solo la represión estatal y calificando automáticamente a los manifestantes como “víctimas del modelo neoliberal”, sin aclarar si hubo bloqueos de carreteras, quema de ambulancias, extorsiones o infiltración política radical, entonces está construyendo una narrativa parcializada, no una noticia objetiva. El estudiante que intenta entender el conflicto se queda atrapado entre el romanticismo revolucionario y la demonización de toda intervención estatal.
• Si se reporta sobre elecciones en países como El Salvador o Hungría con titulares que resaltan “el avance del autoritarismo” o “el debilitamiento democrático”, sin mencionar que buena parte de la población votó por esos líderes tras años de corrupción, inseguridad o ineficacia del sistema tradicional, el estudiante pierde la oportunidad de analizar por qué una parte significativa de la ciudadanía considera legítimo ese voto, aun cuando tenga implicancias polémicas. Sin comprender ese fenómeno, se cae en una visión maniquea, donde solo hay “pueblos engañados” y “líderes peligrosos”, en lugar de ciudadanos reales con razones concretas para elegir lo que el discurso hegemónico rechaza.
A la larga, lo único que logran los medios que no distinguen entre información y opinión es perder lectores o profundizar la desconfianza, porque lo que publican deja de coincidir con la realidad cotidiana de los ciudadanos. Y eso no contribuye a un periodismo que tenga como pilares la ética —con información veraz— y la democracia —donde todas las posturas políticas tengan voz.
El impacto es aún mayor en los estudiantes, quienes, educados en valores de convivencia pacífica, ética y democracia, se enfrentan a un mundo donde el debate público se basa más en descalificaciones ideológicas que en el intercambio de ideas, dejándolos sin referentes claros para construir su propio pensamiento crítico.
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