Los jóvenes preguntan y las respuestas de los adultos ya no sirven

Los jóvenes de hoy se enfrentan a un mundo que ha reescrito las reglas sin pedir permiso. Sus interrogantes, incómodas y urgentes, chocan contra respuestas fosilizadas, como si los adultos vivieran en pausa mientras el mundo se acelera.
«¿Por qué esforzarme en los estudios si hay tantos graduados desempleados e infelices, mientras alumnos mediocres triunfan?»
Esta pregunta, que resuena en aulas y hogares, marca el inicio de una brecha generacional. Los jóvenes ven cómo el mérito académico ya no garantiza éxito, cómo títulos brillantes duermen en cajones y cómo los “campeones del PowerPoint” se quedan sin trabajo, mientras influencers sin título firman contratos millonarios. Es la primera grieta en el contrato social que les prometió: “Estudia y prosperarás”. Los adultos responden con frases hechas: “El estudio siempre tiene su recompensa” o “Sin título no serás nadie”, ignorando que para muchos, estudiar ya no es sinónimo de futuro, sino de deuda y frustración.
Cuando preguntan “¿Cómo tener estabilidad en un mundo sin trabajos seguros?”, los adultos aconsejan: “Si ya conseguiste un buen trabajo, quédate allí, no te arriesgues a cambiar”. Pero los jóvenes ven cómo la lealtad corporativa ya no se recompensa, cómo los salarios se estancan mientras los precios suben, y cómo el “trabajo seguro” es hoy una ilusión que se evapora al ritmo de despidos masivos y jefes que cambian cada seis meses.
Si cuestionan “¿Debo ser viral para tener oportunidades?”, escuchan: “El talento real no necesita exhibirse”, ignorando que hoy el talento que no se muestra, simplemente no cuenta. En un mundo donde si no estás en redes no existes, el algoritmo es el nuevo portero de las oportunidades laborales, sociales e incluso románticas.
Cuando se atreven a preguntar “¿Por qué seguir tradiciones que me hacen infeliz?”, el clásico “Así se ha hecho siempre” suena a sentencia perpetua disfrazada de sabiduría. Esta generación observa cómo sus amigos LGBTQ+ luchan por ser aceptados, cómo las mujeres rechazan roles opresivos, y cómo los artistas rompen moldes que antes parecían sagrados.
Si indagan “¿Cómo amar sin repetir los errores de tus padres?”, reciben mantras como “El amor todo lo puede” o “Las relaciones requieren sacrificio”, mientras ellos navegan un mapa emocional inédito, donde el ghosting, los poliamores y la soledad digital son la nueva normalidad, y el amor ya no es una promesa eterna sino un contrato con fecha de expiración.
Y cuando se plantean “¿Casarse para toda la vida sigue siendo la opción?”, las estadísticas revelan que el matrimonio perpetuo se ha vuelto minoritario. Pero los adultos insisten en el modelo tradicional, mientras muchos jóvenes ya no preguntan “¿para siempre?”, sino “¿por cuánto tiempo?”
El verdadero problema no está en las preguntas, sino en la obsesión por recetar fórmulas oxidadas del siglo XX para curar las crisis del siglo XXI. Las respuestas adultas fallan porque son rígidas en un mundo líquido, porque menosprecian inquietudes legítimas y porque, muchas veces, esconden el miedo a admitir que ya no tienen el control… ni las respuestas.
La educación que hoy necesitan los jóvenes no es un catálogo de certezas obsoletas. No necesitan sermones ni esquemas heredados. Necesitan espacios para desarrollar autonomía, que les permita trazar su camino profesional en un mercado impredecible; autoestima, para sobrevivir a las redes sin convertir su valor personal en métricas vacías; pensamiento crítico, para discernir qué tradiciones merecen conservarse; y creatividad, para reinventar el amor, el éxito y la realización personal en sus propios términos.
Los adultos capaces de decir “no tengo todas las respuestas, pero caminemos juntos” serán los únicos que no serán ignorados. Porque el futuro ya no es lo que era, y eso no es malo: es simplemente distinto.
La mejor herencia que podemos dejarles no es un mapa de caminos trazados, sino la brújula para que dibujen los suyos propios… incluso hacia destinos que aún no podemos imaginar. Y eso, más que una pérdida, es una oportunidad histórica.
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