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El sueño universitario que se convirtió en pesadilla financiera

Profesor León Trahtemberg Reproductor de audio

Durante generaciones, nos vendieron una promesa infalible: estudia una carrera en una buena universidad, completa una maestría, y el éxito estará garantizado. Hoy, esa fórmula se ha convertido en una trampa financiera para millones, especialmente en países donde la educación privada cuesta fortunas y los salarios no alcanzan para pagarla.

El caso más dramático está en Estados Unidos, donde la deuda estudiantil ronda los 1.6 billones de dólares, una cifra que compite con —y en algunos momentos ha superado— la deuda por tarjetas de crédito. Jóvenes salen de universidades prestigiosas con diplomas que costaron entre 100,000 y 300,000 dólares (según la carrera y la universidad), solo para enfrentarse a sueldos de inicio de 50,000 o 60,000 dólares al año. Médicos, abogados y hasta profesores cargan deudas que los perseguirán décadas, ya que la mayoría de estas deudas federales no pueden eliminarse en procesos de bancarrota, salvo casos extremos. La educación superior, en lugar de ser un ascensor social, se convirtió en una condena.

En Latinoamérica, el escenario no es menos cruel. Por ejemplo, en México y Colombia, una carrera más maestría en una universidad privada de élite puede costar decenas de miles de dólares, lo cual excede con mucho los ingresos medios posteriores al egreso, aun si se consigue empleo estable (algo cada vez menos garantizado). Y en Chile, el crédito universitario (CAE) ha dejado a una generación entera atrapada en deudas que no pueden pagar, incluso con empleos estables.

Lo irónico es que muchas de las carreras más costosas son también las que menos retorno ofrecen. Derecho, administración o humanidades producen ejércitos de graduados que compiten por trabajos mal pagados, mientras que áreas como inteligencia artificial, ciencia de datos o desarrollo sostenible tienen escasez de talento. Peor aún: muchas de estas habilidades pueden aprenderse en bootcamps de seis meses o certificaciones en línea que cuestan apenas una fracción del valor de un título universitario tradicional.

Claro, siempre habrá quien argumente que la educación no debe reducirse a una ecuación de costo-beneficio, que hay valor en el conocimiento por sí mismo, en la formación crítica, en el prestigio de un título. Y esa perspectiva también tiene fundamentos válidos. Pero cuando un joven de 22-25 años termina su maestría con una deuda que supera con creces su salario anual, cuando familias entierran sus ahorros en diplomas que no mejoran sus oportunidades, cuando el mercado laboral premia más un curso de tres meses en AWS (Amazon Web Services, que ofrece un programa de certificación robusto y reconocido en la industria para validar habilidades técnicas en la nube, desarrollo y seguridad) que una licenciatura de cuatro años, vale la pena preguntarse: ¿seguimos hablando de educación superior que califica para avanzar en la escala socioeconómica o de un sistema que vende expectativas que ya no cumple?

No se trata de demonizar la universidad, sino de cuestionar un modelo que carga a los estudiantes con precios exorbitantes por títulos que ya no garantizan lo que prometían. Mientras tanto, alternativas más ágiles y accesibles están demostrando que el futuro del aprendizaje puede ser distinto. O que, quizá, conviene apostar por una combinación de credenciales breves y prácticas, junto con estudios más extensos pero económicamente sostenibles.

Por supuesto, todo esto puede ser contraargumentado. Los defensores del sistema dirán que los datos no cuentan la historia completa, que hay matices, que los casos de éxito existen. Y es cierto. Pero quien hace una inversión, no debe dejar de ponerse en el escenario del “peor caso”, que lamentablemente ya no es excepcional, sino cada vez más común.

Vale la pena hacer el ejercicio de imaginar a un joven que hoy debe elegir entre endeudarse por décadas o buscar otro camino. ¿Realmente tiene las mismas oportunidades que hace 20 años? La respuesta, para muchos, duele. Y aun si decide seguir la ruta tradicional, conviene que lo haga luego de una evaluación realista de los costos, riesgos y retornos.

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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